INGENUOS DÍAS DEL NO SÉ QUÉ
Como
en inefable día de estío, en mi región Pijao no se mueven ni las hojas de los
árboles. Con excepciones no siempre en pro del interés tolimense, es el ruido mediático
aupado por el protagonismo el que altera los sentidos para producir sensación
de dinámica y avance cuando en verdad todo está quieto, todo sigue igual o tal
vez mutando a peor. La rancia retórica dice que vamos bien, la realidad muestra
que vamos mal y sólo el espíritu autocritico y abierto al debate podría esclarecer
nuestra percepción de la realidad e inaugurar nuevos paradigmas que den sentido
al quehacer diario y corrijan el error de juicio del líder, gobernante y vecino
que de buena fe cree que nuestro destino cambiará sin proyecto político de
región, sólo por la inercia, las declaraciones públicas y la ejecución de
presupuestos cada vez más empobrecidos.
Prueba
del trivial influjo del viejo paradigma del hacer por hacer es la creación del
día del Tapa Roja por parte de la “Duma” Departamental, otro más de tantos ingenuos
días del no sé qué instituidos para socorrer propósitos loables pero que, en
este caso, no salvará a la licorera tolimense que tendrá que sufrir decadencia hasta
el día en que un “iluminado” propondrá su venta al aguardentero foráneo. Árido
es un día del no sé qué cuando nace del oportunismo y el efectismo; fructífero
si germina de identidad, claridad ideológica, visión de futuro sistémica y
sincrónica, ideas autonómicas, estrategias de largo plazo y planes de desarrollo
endógeno.
Salvar
al Tapa Roja y otras empresas públicas, proteger nuestros recursos e iniciar el
viaje colectivo hacia el bienestar precisa de identidad forjada en la noción de
territorio histórico, de sabernos dueños ancestrales de los recursos naturales
y de tesis de economía política y región que remocen el acervo cultural
tolimense. Si lo entendiéramos así, la “Duma” y los 47 concejos municipales, en
lugar del cándidos días del no sé qué, tendrían que provocar el inédito y digno
suceso político de proclamar el espíritu autonómico y las ideas regionalista y
convocar a la lucha histórica por nuestro derecho a construir un modelo de
desarrollo donde él tolimense decida sobre los recursos naturales, las
políticas de gestión y la pertinencia del conocimiento, la ciencias y la tecnologías.
Los convidados de piedra jamás disfrutarán del desarrollo.
Es
irrefutable, el tolimense quiere “otra cosa”, desea otros rumbos, bienestar y calidad
de vida, pero cuando debe decidir (tal vez por falta del libreto correcto o por
ignorada maldición del Mohán) surge un fenómeno paradójico y decepcionante:
algunos de quienes anhelan “otra cosa” retornan a la “misma cosa”, al
anacrónico politiqueo, a tejas, tamales y lechonas, a la mezquina feria del
voto. “Póngame ese trompo en la uña”, diría el inquisitivo ciudadano frente a
este crónico contrasentido cuyas causas profundas urge desentrañar para poder
remediar.
¿Gregarios
o autónomos? ¿Lo mismo o lo nuevo? Estos viejos dilemas tendrían inicio de
solución dando oído a un consejo de Einstein: “no es posible resolver los problemas del presente con la
misma mentalidad con que fueron creados”, o meditando sobre el sentido psicosocial de lo
dicho por Juan de Dios Restrepo (Emiro Kastos) en 1879: “En Ibagué se vive despacio, sin preocupación, casi sin interés”. (Cita de Hernán Clavijo en su obra “Formación histórica de las élites sociales
en el Tolima”). No son complejas, no son grandes las tareas, basta con nuevos
contenidos educativos, otros enfoques ideológicos, otro talante político, otro
estilo de liderato, otras formas de actuar. Tiempos de buen vivir para el
tolimense sólo llegarán como fruto del esfuerzo tenaz, solidario y perspicaz de
todo el paisanaje, nunca por concesión centralista, piñatas electorales o
mecenazgos de magnates y, para afirmar estas premisas, apelemos a Perogrullo:
el cambio se hace cambiando; quien quiere “algo nuevo” que haga “algo nuevo”.