ANTES
DE VOTAR, PREGUNTÉMONOS: ¿IBAGUÉ Y EL TOLIMA PROGRESAN?
Viendo
en retrospectiva, dos o tres décadas atrás, sabríamos que por esos días el
Tolima e Ibagué tenían dinámica económica propia y andamiaje institucional:
Electrolima, Teletolima, Hidroprado, EPM, industrias de “Ley Armero”, vital actividad
agropecuaria en llanuras y vertientes, fábricas de alimentos, metalmecánica, plásticos
y cueros, cooperativas influyentes, sedes regionales de entes nacionales y,
además, algún peso político. Hoy, en verdad, nuestro protagonismo es poco y a
favor del pueblo nada relevante ocurre ni ocurrirá, porque en mala hora
permitimos que se marchitara el espíritu emprendedor y las ideas y dinámicas
del desarrollo por las sinrazones del politiqueo.
En
su Carta de Jamaica, Bolívar cita de Montesquieu esta frase: “Es más difícil
sacar un pueblo de la servidumbre, que subyugar uno libre”. Esta aserción
obliga pensar si es posible que el Tolima ya hubiese hecho transito desde épocas
de relativa autonomía y autosuficiencia hasta un presente de inicua subordinación,
lugar desde el cual sólo hay una ligera travesía hasta la subyugación total.
Dijo
Schopenhauer (cita de William Ospina) que “La locura es la falta de memoria”.
Visto así, que otra cosa juzga uno sino es que, por falta de memoria histórica,
el Tolima padece una locura que se tipifica en crisis imaginativa, torpeza
política, corrupción, dogmas necios e índices negativos de pobreza. La carencia
de coordenadas para nuestros tiempos políticos nos convierte en sociedad
desconcertada, carente de sueños decorosos y víctima de intereses tan ajenos
como insolidarios.
La
ausencia de agenda política consistente y coherente de región se advierte en el
discurso político y en la proliferación de candidatos populistas y sin enjundia
programática. La verdad no se aprecia ningún proyecto político endógeno
dispuesto a liberar las energías colectivas y propiciar la unidad alrededor de
ideales comunes de futuro, pero si se aprecia que los temas ventilados en debates
son recurrentes y predecibles y, usualmente, “calentados” de “sobras” que dejan
actores de otras latitudes y que, a veces, se exhiben como fruto de particulares
“ingenios”.
¿Vivimos
un triste estado de pobreza y desesperanza en un ecosistema pleno de riquezas
que la naturaleza prodigó con generosidad? ¿En este territorio de promisión
escasean las oportunidades? Una respuesta positiva obliga otro interrogante: ¿Que
inhibe nuestra imaginación, nuestra avidez de prosperidad y nuestra voluntad para
asumir el quehacer de construir la nueva historia regional? Si el tolimense está
ávido de un futuro mejor (así lo creo) entonces deberá exigir que en el proceso
electoral se despejen interrogantes en vez de generar más incógnitas azarosas
sobre el futuro.
Así
como el intelectual mira hacia otro lado mientras generaciones enteras caen en
paradigmas de dependencia y nunca, que sepamos, teorizó sobre regionalismo,
desarrollo endógeno, autonomía o defensa del recurso, el actor político, que se
cree experto en política solamente porque ejerce bien el politiqueo, nunca se
interesó en construir un proyecto político regionalista real y, para agravar, a
esta altura del siglo XXI, insiste en invitarnos a creer que democracia es el
mero ejercicio de votar y ocultando que ella sólo se legitima en los dominios
de la prosperidad social.
El
Tolima jamás se nutrió de ideas regionalistas y esa falla ideológico-histórica esterilizo
su peso político y nos convirtió en ejemplo de liviandad y fragmentación social
y en aliados culposos del centralismo. El Tolima será protagónico cuando todos reconozcamos
que la historia del futuro no está escrita y que se tiene que escribir con
nuestra participación.
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