Erráticas son las regiones sin comentaristas o
analistas críticos que juzguen la ineptitud, denuncien torvos intereses o
exalten aciertos del actor del desarrollo. La opinión pública será
desequilibrada o equilibrada dependiendo de si los analistas son viscerales y
necios o versados y ecuánimes. En mi sentir, el Tolima cuenta con muchos
columnistas independientes, perspicaces y objetivos.
Erráticas también son las regiones sin prospectiva.
Sustento el juicio con un pasaje de “Alicia en el País de las Maravillas”:
“Pregunta Alicia al gato, – ¿podrías decirme, por favor, qué camino debo seguir
para salir de aquí? – Esto depende del sitio al que quieras llegar, dijo el
gato. – No importa mucho el sitio, dijo Alicia. – Entonces tampoco importa
mucho el camino que tomes, dijo el gato”. Moraleja: la región sin norte camina
en círculo o en reversa pero cree que va hacia adelante.
Tan útil como el analista ecuánime es el
prospectivista sensato, pero allí donde cada día parece ser copia del día
anterior, el “útil” resulta ser el censor visceral, porque él atiza el morbo
decadente de opinión y rentabiliza el prejuicio, la ignorancia y el escándalo,
mientras que el prospectivo, así como el ecuánime, resultan latosos y nada
rentables precisamente por su objetividad y mesura.
Digamos, en metáfora mecánica, que es lógico que un
vehículo que a razonable velocidad va hacia un destino fijado necesite de
potentes faros para anticipar claridad muchos metros adelante y así tener
margen de maniobra. Un vehículo quieto no requiere luces y sólo la fantasía
pueril imagina y da por cierta su supuesta velocidad. ¿Ibagué y el Tolima “van
de viaje” o “están estacionados”?
Siguiendo la metáfora vehicular, diremos que la
genética del desarrollo, además de potentes luces, supone muchos aparatos
funcionando bien y en sincronía sistémica, conductores expertos, hojas de ruta,
luces traseras y frenos efectivos para regular su marcha, es decir, el
desarrollo es asunto complejo que exige prospectiva y análisis crítico
contextualizado, consistente e informado y no el sermón maniqueo y moralista
que no mella la dura costra del “tutor del atraso y la decadencia.
Es verdad de Perogrullo que la calidad y velocidad
de los hechos nuevos (el cambio) neutraliza “el gen del atraso”. Otra idea, no
tan obvia pero sustentable, es que la genética del desarrollo es más que
economía y que en “ese más” estriba la férrea cohesión social, la genuina
visión compartida de futuro y el actuar político basado en ideas (no en
codicia), virtudes que honran la democracia haciendo sostenible, eficaz e
incluyente la gestión económica, fiscal, ambiental y cívica.
También es cierto (el tenaz atraso es prueba) que
por ausencia de una perspectiva de lo deseable y lo correcto, el Tolima se
resignó a los lugares comunes y a la insulsa retórica que confunden e impiden
valorar el análisis metódico y serio y a la prospectiva compleja y orgánica del
desarrollo y, de paso, hacen laxo e ineficaz el control político y el examen de
gestión en todos los niveles.
De la inteligencia tolimense no hay duda alguna,
pero la confusión histórico-cultural donde incuba el atraso nos desune y
enemista sin razón valedera y, de ahí, mi comedida invitación a los analistas
que leen celosamente la cotidianidad y a quienes se ocupan de pensar la
genética del desarrollo a sincronizar y equilibrar la tensión lógica entre
presente y futuro y así renovar el alma ciudadana y hacer más consciente y
competente nuestro compromiso con el desarrollo regional.
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