Votaré
SÍ al acuerdo para terminar el conflicto porque la muerte y la zozobra no
pueden seguir siendo “pan de cada día”, porque Colombia merece tener esperanza,
porque conviene que aflore un resquicio por donde pueda surgir la democracia auténtica
y porque así todos sabríamos cuál es la real casta de la clase dirigente frente
al amplio prospecto de posibilidades directas o subsidiarias que surgen del
acuerdo y que harían posible rehacer este país de inequidades y exclusiones.
No
voto para ungir a quienes han detentado poder político y construido poder
económico sobre el atraso y la pobreza. No voto por quienes siempre estuvieron
lejanos del pueblo chocoano, de los niños guajiros, del desempleado, del informal,
del usuario del sistema de salud, del marginado en pueblos y ciudades, del
pequeño empresario, del campesino raso, del desplazado, del habitante de calle,
de quien emigró por falta de oportunidades, del joven talentoso.
No
voto por quienes han sido aliados incondicionales de oligopolios nacionales, transnacionales,
TLC’s, locomotora minera; no voto por endiosados caciques del jurásico que con
retorica viscosa y etérea están cooptando el acuerdo para “picar en punta”
hacia las elecciones del 2018.
Voto
sí para que Colombia exhorte al Comité Nobel Noruego a otorgar el Premio Nobel
de Paz a quienes lo merecen: los cientos de miles de colombianos mártires de
las estupideces cometidas en más de 60 años y que seguiremos cometiendo si no
leemos bien el tiempo histórico. Voto sí para que los culpables de la tragedia histórica
del país se sometan a la justicia transicional. Voto sí para hacer posible que
el clientelismo y la “reformitis” cosmética no sea el súmmum de la política. Voto
sí para que la política sea gestora de modernidad y no causa de decadencia y
desorientación.
En
el Tolima este aire de esperanza no puede ser ni fugaz ni ocasión calva para
oportunistas, por el contrario, debe ser el momento anhelado para avivar
voluntades que susciten profundos cambios en visiones, creencias y prácticas.
Ayer sugerimos crear partidos regionalistas y la respuesta fue no se puede; propusimos
construir un partido federado y el silencio fue grosero; aludimos a que todo partido
tuviera un claro proyecto político para el Tolima y ahí supimos qué es sordera.
Hoy,
cuando lo imposible se ve posible, invito a la opinión y al político a rehacer
la visión del futuro regional a partir dos supuestos cardinales: uno, convertir
al Tolima en región próspera y moderna exige una cultura política enraizada en
la convicción de que el nuestro es territorio histórico que debe ser autónomo y
capaz de autodeterminar sus caminos; dos, todo cambio histórico fue fruto de duras
luchas políticas y no gentilezas del abusador (por ello existen héroes y mártires).
La
nueva ética pública que emanaría del acurdo para zanjar el conflicto enseñaría que
el progreso es simbiosis de riqueza económica, alto nivel de vida y equidad
social en un contexto de identidad y no el PIB y su bárbaro supuesto neoliberal
que estriba en que muchos han de ser los pobres para que hayan pocos ricos. En días
de ilusión recordemos que (así suene lírico) la gloria trasciende el dinero, la
importancia y la curul. La primera es el fin, los segundos son medios o efectos
legítimos.
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