Por: ALBERTO BEJARANO ÁVILA
Como soñar no cuesta
nada, imagino una hipotética mayoría de tolimenses indignados con las causas y
los causantes del pandémico atraso y, supongo, que esas mayorías desean hallar
tiempos de diálogo para buscar vías alternas, porque se resisten a librar sus
luchas nutriendo las mismas causas que los indignan.
Imagino también que a
esa virtual mayoría que propone y oye propuestas, le planteó la cuestión de la
sistematicidad del desarrollo, sintetizada ésta en el principio de que ningún
municipio tolimense tendrá futuro si el Tolima no tiene futuro y que el Tolima
no tendrá futuro si sus municipios, incluido Ibagué, no tienen futuro.
Siendo éste el
principio nodal de un sostenible proyecto de desarrollo regional, imagino que
los indignados estudian la viabilidad de tal proyecto partiendo de la
existencia de 48 planes de desarrollo (47 municipales y uno departamental) que,
como letra muerta, reeditan cada cuatro años, planes que bien compilados y
desde luego sumándoles capítulos como modelo educativo, rehechura de la
tolimensidad, relaciones internacionales, postura región-nación, modelo
financiero (público y privado), etc., darían lugar al gran plan de desarrollo
regional. Hasta aquí bien en imaginación, pero ¿qué ha impedido e impedirá
llevarla a la práctica?
Decía en artículo
anterior que la tal polarización (que sí existe) la originaba el país político
y no el Tolima; ahora agrego que nuestra irracionalidad política, azuzada por
los polarizantes, loteó al Tolima en feudos electorales y a cada municipio en
ínsulas o vasallajes que, en pleno siglo XXI, dan lugar a esa tragicómica
pseudo-política que, desde micro espacios electorales, ampara los grandes
espacios de los polarizantes. Este patético remedo de política es el muro a
demoler para posibilitar que fluya la imaginación, las ideas, la visión
compartida de futuro, las sinergias de los esfuerzos y la unidad de los
tolimenses por fines superiores.
En analogía que
pudiera resultar pueril, digamos que el Tolima es un enorme, valioso y fino
jarrón que por desidia rompimos “en mil pedazos” y que, para evitar más
castigos, debemos restaurarlo con los mismos fragmentos dispersos y deslucidos,
tarea que, además de ganas y afán, nos exige ser maestros en restauración. Esta
analogía enseña que la reconstrucción del Tolima exige conciencia de lo
regional, imaginación y organización política genuina para que la palabra y la
acción tengan la fuerza suficiente para combatir la pandémica peste del atraso
y producir inobjetables hechos de desarrollo. Reconstruir es fácil, pero…
En boca de uno de sus
personajes, Albert Camus (La Peste) hace una autocrítica que tomada como
metáfora podría iluminar a aquella gran mayoría de tolimenses indignados. Dice
el Sr. Tarrou: “al fin comprendí, por lo menos, que había sido yo también un
apestado durante todos esos años en que con toda mi vida había creído luchar
contra la peste. Comprendía que había contribuido a la muerte de miles de
hombres, que incluso la había provocado, aceptando como buenos los principios y
los actos que fatalmente las originaban”.
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