En la consulta popular votaré no a la megaminería
en territorio ibaguereño pero opino que esta consulta, necesaria y bienvenida,
no es el suceso político novedoso, categórico y valeroso que esperamos para
encarar el meollo de nuestra incertidumbre histórica. Intento explicar mi
opinión a partir de un interrogante crucial: ¿quiénes son los dueños de Ibagué
y el Tolima?
El yo ingenuo cree que los dueños son los
ibaguereños y tolimenses nativos y adoptivos y el yo cuerdo e histórico cree
que los raizales, que jamás tuvimos poder real de decisión, poco a poco estamos
siendo despojados de los bienes públicos y que en poco tiempo nada tendremos. Esta
dualidad focal de nuestra cruda realidad debería hacer entender, a cándidos y
sensatos, que la democracia política es una fea farsa cuando es incapaz de originar
democracia económica.
Un vistazo a la economía pública revelará quién dispone
a su antojo de “nuestros” recursos del subsuelo, quienes los dueños de
“nuestras” empresas públicas, quién concede títulos mineros en “nuestro” suelo,
quiénes los propietarios de “nuestros” Hidroprado, Electrolima, Teletolima y
otros, quién asigna regalías por explotar “nuestros” recursos naturales, quién
decide sobre obras de infraestructura en “nuestra” región. En fin, tolimenses e
ibaguereños, “todos a una…” hemos de saber, además del voto, de qué somos
dueños, qué anhelamos y qué merecemos.
Por la avidez transnacional y el nulo derecho a la
autodeterminación regional, toma sentido la lucha política por un territorio
autónomo donde se pueda decidir sobre asuntos económicos, sociales y
ambientales. Quien se “eriza” al oír de ideas autonómicas debe saber que así
como la familia no se quiebra porque cada uno de sus miembros tiene su propio
carácter, es dueño de su proyecto de vida y dueño de sus decisiones, la
autonomía regional no quiebra la unidad del Estado, al contrario, la fortalece
y democratiza cuando empodera a una comunidad específica. La vía al progreso empieza con el ocaso del
centralismo y un amanecer autonómico.
El Tolima prosperará cuando exista acervo
ideológico y colectividades políticas regionalistas o cuando un partido
centralista mute a partido federado para ser autónomo, ostentar su propia personería,
forjar proyecto político regional, elegir líderes competentes y coherentes, realizar
asambleas municipales y congreso regional y, así, actuar con legitimidad en el
orden político nacional y latinoamericano. A ninguna región le ceden soberanía,
autonomía y equidad social, son las sociedades, imbuidas de grandes ideales y
dispuestas a librar valientes luchas, las que conquistan sus dignos espacios, lo
demás es y será “pura paja” para seguir con las mismas.
Volviendo al
tema megaminero, hace poco leí, respecto al proyecto La Colosa, “que Cajamarca
es diferente a Ibagué”, ficción que soslaya el carácter sistémico del
territorio para ocultar que un daño irreversible al frágil ecosistema de la
cordillera central, es daño irreparable al agua, oxigeno, seguridad
alimentaria, especies endémicas, etc. El deterioro de nuestro hábitat no es
cosa trivial y por ello hemos de pensar que lo que es con Cajamarca es con
Ibagué y viceversa.
También supe de concejales asustados porque su
venia para la consulta pondría en riesgo su anodina curul. Aflige saber que
algún supuesto “líder del cambio” y “garante del bienestar de las nuevas
generaciones”, sólo se avispe por sus mezquinos intereses y carezca de
sabiduría y valentía para jugársela por las grandes causas. ¿Será que eso de
grandes causas sólo es guión de leyendas épicas y no responsabilidades omitidas
por los “adalides” de nuestra región? Los políticos sin causas trascendentes es
extraña aberración que se volvió paisaje lúgubre.
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