Juzgo
que el programa “Ibagué Cómo Vamos” es serio, que sus profesionales denotan
rigor técnico y dedicación y que su modelo de análisis es consistente y
relativamente amplio, sin embargo se ve coyunturalista y no inquisitivo, es
decir, sus escrutinios no encuadran en una correlación histórica de causa y
efecto, razón que lo hace aséptico y por ende no concluyente en profundidad.
Los
indicadores del último informe (calidad de vida), mostrado el pasado 14 de
junio, acentúa mi escepticismo dado que (apelo a metáfora médica), si bien las
imágenes diagnósticas que enseña el informe son crudas, en esta vecindad,
cortoplacista y políticamente anacrónica, escasean galenos sabios, rectos y
competentes para leer diagnósticos y prescribir medicinas efectivas para
erradicar la epidemia de subdesarrollo, que, por ahora, no es mortal y sí es fácilmente
curable.
Alguna
vez usé el símil mecánico de que Ibagué y el Tolima, como factibles vehículos
de progreso, tienen potentes faros atrás y débiles cocuyos adelante. Argüía así
cómo en verdad hacemos buena retrospectiva (lo prueba el informe de ICV), pero
prospectiva floja y por ende ahistórica, sentir que equivale a decir que
miramos bien hacia atrás pero no sabemos para donde vamos.
Reutilizo
el símil mecánico para decir que en Ibagué y el Tolima hace falta un engranaje
de piñones sincronizado: prospectiva de futuro ambicioso que propulse acciones
metódicamente evaluables para pulir la prospectiva
(prospectiva-acciones-retrospectiva-prospectiva). Esta dinámica se daría en
tramos históricos largos (Ej. 20 años) y no coyunturas o cuatrienios de gestión
porque así sólo atizamos ligeras y subjetivas fábulas callejeras y esquivamos
la tarea de estructurar guías o índices serios que vayan confirmado y negando
si vamos bien. El informe de ICV muestra que vamos mal.
Los
juicios de valor sobre el origen del desarrollo no deben partir de la premisa
de gobernantes verdugos y gobernantes salvadores. Ésta forma reduccionista de
mirar la complejidad histórica del desarrollo lleva a acumular frustraciones
porque acicatea caudillismos y politiquería y exime a los estamentos sociales
del deber de “interpretar armónicamente su singular instrumento en el gran
concierto del progreso”. El fallo sobre la gestión de los gobernantes debe ser
justo: aprobación al que con talante de estadista y sin populismo lo hizo bien;
condena ejemplar al que lo hizo mal.
Creo
que el enfoque de solución a nuestros males debe estribar más en tesis de
economía política que en directrices de política económica, pues la prospectiva
del desarrollo regional debe imbuirse de sentido político-territorial para no
hacer revoltijo insano de patrimonio público, oportunidades, emprendedor
autóctono e inversor foráneo que, éste último, sabedor del desempleo pertinaz,
usa la variable empleo como escudo moral para especular libremente y esperar
que le agradezcamos.
Sugiero
que así como se creó “Ibagué Cómo Vamos” (ICV) se cree “Ibagué Cómo Irá” (ICI)
y que el nuevo ente haga juicioso acopio de prospectiva tomando lo poco que
hay: Visión Tolima, metas de planes de desarrollo, planes de gobierno, promesas
de candidatos elegidos y gobierno central, planes de entidades gremiales y
sociales. Este es el único modo de cotejar rigurosamente las ideas diversas de
futuro con la coherencia y eficacia en la gestión de los dirigentes públicos y
privados.
Construir
atraso con arengas de progreso es paradoja que un territorio geopolítico
superará con una depurada cultura de la visión, la eficacia, la responsabilidad
y el examen sistemático.
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