Invasivos,
silenciosos y crecientes, como cáncer asintomático, así son los males que sufre
el Tolima e Ibagué (dos categorías de un análisis) y, en vez de diagnosis y
receta correcta, los lideres suelen apelar al fraseo emocional y a la gestión
paliativa y reformista, más no procuran imaginar salidas serias a problemas que
corroen la calidad de vida y niegan oportunidades a la juventud talentosa que
así se ve obligada a apadrinarse para subsistir o a emigrar para realizar sus
sueños personales.
A
quien tiene buena memoria histórica no lo engatusan con apologías fulleras de
progreso porque, a más de víctima, él es testigo de la metamorfosis de la
relativa normalidad en atraso crónico. ha visto crecer desempleo, subempleo,
inseguridad, corrupción, abuso tarifario en servicios públicos, drogadicción, desgreño
en servicios de salud, daño ambiental, abandono rural, politiquería, caos
urbano, quebranto moral, saqueo de recursos naturales, insensibilidad social y
otros anomalías crecientes que, aceptémoslo, se encaran con teorías rancias,
frases de cajón y paños de agua tibia.
Ejemplo
de cómo se gestiona progreso en Ibagué es el empleo. “El badajo” del desempleo
oscila cada mes sobre un índice medio del 15%, hecho al que se responde con
facilismos. Prueba de ello es el Plan de Desarrollo recién aprobado, donde “el
desempleo se tasa en un 1.1%” (supongo que reducción) porque, dice el
Secretario de Planeación (Nuevo Día, junio 1/16), ésta es “variable que depende
del comportamiento macroeconómico”, es decir, de factores exógenos y no
endógenos, de otros, no de nosotros. Si éste es credo arraigado difícil será
entender que otra es la vía correcta.
La
proyección es tonta porque el desempleo, como en un balancín, sube y baja
justamente un 1% cada mes y, además, es absurdo que quien rige la planeación
del desarrollo crea necesario esperar que la macroeconomía se apiade de Ibagué.
Desde tiempos de upa llamamos plan de desarrollo al simple presupuesto de
inversión que, en rigor técnico-político, seria apenas un anexo del legítimo
plan, error focal corregible, si hubiese voluntad política, con un pacto social
fundado en la genuina genética del desarrollo regional y, por ende, guiado por
otras coordenadas fácilmente precisables.
Cierto
es que el desarrollo sanea males sociales endémicos, pero al menos deberíamos
dudar si las teorías que inculca quien pelecha de las pobrezas llevan al
desarrollo o si es a nosotros a quienes atañe imaginar, discutir y construir
progreso. Recordemos que en el mundo hay más de 70 países con igual o menor
área que Ibagué y más de 96 con igual o menor superficie que el Tolima, dato
que facilita juzgar que nuestros territorios deben pensarse con mente de
estadista y emprendedor y no desde la indigna y colonialista dicotomía de
vasallo y encomendero, de súbdito y virrey.
¿Qué
obnubila la visión correcta del desarrollo regional? Tal vez un nocivo brebaje
de narcisismo, codicia y otras aberraciones culturales, impiden ver que nuestra
región lo tiene todo (y sobra) para prosperar. Tenemos historia, memoria,
identidad, riquezas naturales biodiversas, talento probado, capacidad y
voluntad de trabajo, familias, intereses legítimos. Aquí podemos conversar,
compartir, debatir, conocernos, unirnos, ser solidarios, crear sinergias. ¿Qué
falta? Ganas, únicamente.
Todo
cuanto tenemos y todo de cuanto somos capaces es suficiente para construir
prosperidad, sólo basta admitir que históricamente hemos sido timados con
falsas tesis de desarrollo y que, por ello, debemos fundar otros teatros de
pensamiento para trazar, entre todos, caminos ciertos para el Tolima y así
evitar que los problemas sigan ahí… creciendo mientras nosotros nos quejamos.
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