martes, 25 de septiembre de 2012


GRANDES CAUSAS Y POLÍTICA PEQUEÑA

Con las salvedades de rigor, pocas de por sí, el desempeño de los dirigentes tolimenses en las últimas cuatro o cinco décadas ha sido trivial y efímero, cuartos de hora que por ligeros nunca hicieron historia. La historia no se escribe sola, la escribe toda persona que asume lideratos y, por ello, resulta impajaritable concluir que la vitalidad de la historia tolimense es un retrato fiel de la calidad del desempeño de sus dirigentes. Este juicio inevitablemente causará enojos, pero será útil para intentar inducir, por encima del lugar común o recurrente bobería, un debate al respecto y, quizás, para persuadir a tanto líder buena gente por esencia, pero embrujado por los artificios de la politiquería, de que sus actos han de ser semillas de historia y no cosillas intrascendentes.

 ¿Por qué nuestros líderes no han hecho historia? La complejidad de la respuesta excede los párrafos de mi reflexión, pero puedo alegar una hipótesis que podría ayudar a despejar la dura incógnita. Sin vacilación alguna, el fin principal del ejercicio político regional tiene que ser el pleno bienestar social, empresa que requiere de dirigentes orgánicos y capaces de producir inflexiones o quiebres históricos y no de histriones ávidos de aplausos que con ideas artificiosas e incidentales solo ayudan a propagar la endemia del subdesarrollo. Esta inferencia permite afirmar que solo las grandes causas podrán parir tiempos reales de restauración, progreso y equidad y que el nefasto politiqueo es caldo de cultivo para incubar más atraso y pobreza. Convierto en pregunta una frase de Humberto Eco: ¿en qué momento “la reputación cedió su lugar al énfasis de la notoriedad”

¿Qué es eso de grandes causas? Pongo un ejemplo que ruego no entender como invitación pueril a calcar hechos de realidad tan disímil como lejana. El 11-S, en Barcelona España, un millón y medio de personas, 20% del pueblo catalán, marchó para afirmar sus ideas independentistas. Es como si en Ibagué, 240 mil tolimenses, convocados por sus líderes, se congregaran para afirmar objetivos trascendentes: exteriorizar su vocación regionalista; objetar el abandono de un Estado al que ha ayudado a progresar; reclamar su derecho a decidir sobre sus recursos naturales; certificar la región como cuna del “Nacionalismo Pijao”; rubricar su voluntad de cohesión territorial y social para alcanzar el pleno desarrollo regional; demandar el rescate de su heredad mítica, legendaria e histórica y así validar sus sentidos de identidad y autonomía: dejar tácita constancia de que será bienvenido todo aquel que venga a contribuir al beneficio de los intereses tolimenses y no quién los menoscaba; expresar que la conciencia política es conciencia de región y no color de trapo.

 Sí “la política tiene relación con el ejercicio del poder” y el poder tiene como fin último la prosperidad de todas las personas y si, además, la política es una rama de la ética, entonces ¿cuál el máximo deber del político? Sencillo: liderar las grandes causas de una sociedad con derecho a la modernidad y al pleno bienestar. Así como uno sabe bien que la vida es un proyecto individual, el autentico líder está obligado a comprender que la vida comunitaria es un proyecto político y que, por ética y conciencia del Nacionalismo Pijao, todo proyecto de vida individual tendría que ser realizado en consonancia y no en detrimento de un proyecto político futurista que tiene que ser edificado desde profundas raíces tolimensistas. ¿Es posible otro futuro? Sí, pero nunca lo veremos si rehuimos las grandes causas y porfíanos en la política pequeña, tan inútil como dañina.