lunes, 10 de septiembre de 2012

SIN DEMOCRACIA ECONÓMICA LA DEMOCRACIA POLÍTICA ES UN CUENTO

Miles de personas sin empleo, comida y techo, pero eso sí, “viven en democracia”, votan y eligen. El circulo vicioso y lugar común así se tipifica: el pobre y excluido elige y festeja su triunfo y el ungido (restada excepción que confirma la regla) se ocupa en cebar su clientela y su bolsa, gozar honores, prohijar el interés ajeno regalando nuestros naturales, linduras estas que frustran toda posibilidad de progreso del ciudadano elector que por causa de su voto inútil sufrirá más pobreza y exclusión. La tan loada democracia es realmente un sistema plutocrático, excluyente y clientelar.

¿Sobre qué bases se edifica un genuino sistema democrático? La respuesta existe, pero la ocultan o desdeñan derechistas, izquierdistas y pragmáticos. Un autentico sistema democrático o la “supremacía popular” en una comunidad concreta (El País Pijao, nuestro caso) será posible si su visión y sus ejes estratégicos de desarrollo introducen el concepto de democracia económica como premisa esencial para legitimar la democracia política. Solo cuando el ciudadano raso obtenga un beneficio real de una explotación económica estratégica de la región podremos afirmar que se ha producido un hecho de bienestar y justicia y, por ello, este tipo de beneficio es condición sine qua non para reconocer legitimidad, valor y sentido ético a toda tesis o programa político; lo demás es pura “carreta”, fraude ideológico, politiquería o engañifas que perpetúan el atraso y la inequidad.

Intento explicar: El bogotano, para ejemplo, goza de 6 mts3 de agua gratis, mínimo vital de un derecho esencial (lo reconoce la ONU). El agua es propiedad colectiva, regalo de natura a todos los moradores de un entorno territorial; el agua es propiedad sagrada y sólo por despojo se torna en propiedad particular. Además del agua también constituyen propiedad colectiva otros regalos de la naturaleza (lo alego para efecto didáctico) ¿Acaso, como el aire, no es don de la naturaleza el oro y demás minerales, el hidrocarburo, el bosque, la fauna, etc.? ¿Acaso la identidad, el sentido de pertenencia y de autonomía no agonizan cuando un recurso natural de la región, de todos, se privatiza y se centraliza? ¿Por qué a todos nosotros se nos niega el derecho esencial a x gramos de oro, a x barriles de petróleo, a x mts2 de tierra comunal, a x área de recurso forestal? ¿En verdad los tolimenses somos dueños del territorio y sus riquezas o solo somos “ceritos a la izquierda”?

El derecho inalienable de todos sobre la riqueza de todos es irrebatible y por lo mismo tiene que ser el objetivo principal de las causas políticas. Digan ustedes si no sería abuso político y felonía que un dirigente regional exhortase así al rico del mundo: “explote usted nuestros recursos naturales y nos regala algo del lucro (Regalía: rezago colonial causante de miseria) que aquí, luego, nos damos trazas para repartir entre pocos su generosa dádiva”. ¿Algún parecido a la realidad?

Desde siempre y hasta hoy el símbolo de la lucha social ha sido la protesta que al injusto le “resbala”. Frente a una medida impopular, una protesta popular que rara vez resulta efectiva. Abrevio diciendo que las ideas políticas y programáticas del cambio deben ensancharse hacia la dimensión regionalista, pues el nuevo reto de la lucha social es la construcción de una economía popular que supone compromiso político para democratizar o cooperativizar el uso y goce de los recursos naturales, los servicios públicos y otras potencialidades productivas, así como una lucha por la autonomía regional y por una educación, ciencia y tecnología acordes a nuestros sueños.

Oportuna resulta esta cita de C. Tunnerman: “A diferencia de los países industrializados, donde el avance de sus economías depende en gran medida de lo que sucede en sus universidades y centros de investigación, en los países con economías dependientes, las actividades de investigación de las universidades y sus centros especializados permanecen al margen de la actividad productiva”.