Colombia
es país de regiones potenciales más no reales, pues salvo en algunos casos y
para ciertos intereses (verbigracia Antioquia), las regiones no son de dueños y
por ello sus culturas no arraigan un espíritu autonómico que avive la voluntad
para idear una visión común de desarrollo endógeno y humanista y un peso
político que viabilice esa visión. Así la retórica sofística del centralismo
diga lo contrario, Colombia no será país de regiones mientras las regiones no
sean de dueños.
El
desarrollo regional es fabulación mentirosa o noción distractora y engañanecios
si los proyectos políticos, los ejes estratégicos y la planeación no están
cimentados en ideas fuerza de apropiación y democratización de los recursos,
las ciencias, el capital financiero y las oportunidades. Prueba de ello es que
el Tolima, en su larga historia, no ha podido cranear bien su desarrollo por no
atreverse a incluir como guía vertebral un enfoque programático para
convertirse en región de dueños.
El
principio de bien común exige medir con igual rasero pero diferente valor a los
bienes públicos y los privados. Este equilibrio de medida y valor parte de
aceptar que el bien público debe ser útil a la iniciativa privada, pero jamás
coto de caza del interés oligopólico y que por ésta tajante razón es imperativo
prohijar la titularidad del aparato económico en cabeza de actores regionales,
públicos y privados, a efectos de que la economía regional crezca sin trasgredir
la ética social. Sólo la sólida cultura de región hace sostenible y conviviente
el interés común y el interés privado.
Ojalá
estas razones ayuden a entender por qué es vital defender los recursos
naturales, el medio ambiente, la empresa pública estratégica, el talento, la
educación regionalizadora y por lo mismo gestora de oportunidades, la
organización de la sociedad civil, la participación, la inclusión laboral y
profesional para los propios y muchos más hechos opuestos al alocado desmadre
“contratador” o de hacer por hacer sin una sincera visión futurista de
prosperidad para todos los tolimenses.
Quizás
estas razones también permitan valorar en su justa dimensión el espíritu
emprendedor del tolimense, la cultura de consumo como aliada del productor industrial,
agroindustrial u oferente de bienes y servicios, los esfuerzos por construir
conocimiento y ciencias aplicadas y, sobre todo, entender que el autentico
espíritu emprendedor es virtud liberal que por esencia repele la avaricia y el
abuso de posición dominante. Para construir una región moderna, solidaria y
democrática es menester que el interés común y la visión empresarial ética
converjan hacia el mismo objetivo.
Imaginemos
un colectivo de interés específico bien organizado y con claro objetivo misional
y a un gremio empresarial tolimense bien organizado y con claro objetivo
misional. No dudo, el ejercicio dirá que los objetivos son coincidentes.
Entonces ¿qué nos impide construir una real visión común de futuro? La traba
radica en los anacronismos culturales e ideológicos que hacen creer imposible
el que podamos ser emprendedores cabales y a la vez ciudadanos socialmente
responsables.
Imaginemos
un buen sistema de información empresarial endógena que orienta para consumir
producto tolimense. Imaginemos una gran empresa tolimense, pública o privada,
que democratiza parte de su “paquete accionario” (20 o 30%). Imaginemos un
sesudo plan estratégico de fomento cooperativo y empresas comunitarias.
Imaginemos recuperar lo recuperable y no enajenar nunca más una empresa
estratégica de interés público. El talento tolimense puede imaginar y convenir
“mil maneras” para construir una región de dueños que sea referente para un
país de regiones.
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